Este espacio está dedicado a temas literarios -artículos, entrevistas, reseñas- también reflexiones, fotografías y por supuesto, mucho o todo lo relacionado al tema de Cuba y la diáspora cubana. Sobre esta plataforma pretendo construir un espacio donde se pueda compartir, sin mucho protocolo, impresiones con otros cibernautas. Todas las entradas podrán aparecer tanto en inglés como en español, mas se proscribe, dentro de lo posible, todo uso de Spanglish.
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Monday, May 24, 2010

Roots in the Sea: The Mariel Database


On Friday May 21, 2010, the Miami Herald unveiled the online Database for the Mariel Boatlift that took place between April and September of 1980. The database includes the names of the more than 130,000 Mariel refugees and other related information: US sponsor, boat name and date of entry.

I was fortunate to visit the Miami Herald’s Mariel exhibit at the Cuba Nostalgia Festival accompanied by my husband and my childhood friend Liana Dominguez Suarez. Liana and I met 30 years ago when we had both arrived to the US from Mariel. The three of us were able to have access to a copy of the US Coast Guard’s handwritten log that included other data; such as, the names and dimensions of 1,600 boats, number of crew and refugees per vessel, and even marginal notes (i.e. if the boat was confiscated upon arrival).


I was overwhelmed when I saw the page for the May 27th entries and discovered a few interesting details: My parents did not remember accurately the complete name of the boat; I learned that it was indeed the Nettie May. I also found that my mother did not appear as ever entering the country. I figured out the reason. Because of a medical emergency, she had been airlifted by the Coast Guard to Key West while the Nettie May was still at sea and, apparently, she was not processed. Another discovery was that our listed entry date was erroneous, by confusing arrival and processing dates.

Liana and I found the Santa Fe, her vessel, as well as other boats in which two other friends arrived: Crazy Legs, which transported Rolando Pulido and the Sandra J, which brought Humberto de la Cruz and his family. We photographed the pages and sent the images via MMS. For a brief moment all four of us were emotionally connected over this extraordinary experience.

I enthusiastically communicated my findings to Ruben Legra Jr. His father, the late Ruben Legra Sr., was the owner of the Nettie May and was aboard during the trip. Both his son and I are saddened that he could not experience the commemoration of the XXX Anniversary of the Mariel Boatlift in which he played such an important role.

Finally, I met and spoke with Miami Herald reporter Luisa Yanez, who noted my observations, promised me to make the necessary corrections to the database and to stand ready to support other research projects. I’m very grateful to Ms. Yanez, The Miami Herald and El Nuevo Herald for supporting this five-month long project.

It was very heartwarming for Liana and I to share such an experience 30 years after the traumatic events that brought us to the United States. Just as we rediscovered our steps so many years later, I hope this database will one day help our children and future generations to discover their ancestry.








Wednesday, May 12, 2010

Desmemoria de Mariel


Quiero compartir con ustedes un breve artículo de Orlando Luis Pardo Lazo en el cual hace memoria del éxodo del Mariel. Lo importante de esta narrativa es que representa los trágicos incidentes de aquel momento desde la perspectiva de un niño de 8 años que a pesar que, consciente de lo serio de los acontecimientos, tiene la candidez de revelar sus más íntimos sentimientos: "no quedé traumatizado en absoluto por la experiencia en carne ajena...No dejé de jugar jamás. Quedamos incontables cubanitos para los éxodos... que aún vendrían... no me fui por el Mariel. Esa demora renueva mi estatus de marielito interior".


Todos mis amigos y amores de infancia se fueron por el Mariel. Julio César, Willy, Yanira, Sujayla, ¿quién me hubiera dicho en nuestra aula del siglo y milenio pasado que nunca los iba a olvidar?

Yo tenía ocho años y vivía en la misma casa de madera que hoy, en Lawton. Matutino tras matutino, durante semanas, gritábamos consignas crispadas en el patio de la escuela primaria Nguyen van Troi. Matutino tras matutino cada mañana éramos menos los que coreaban. La población pioneril se encogía a una velocidad de pánico. Las filas estudiantiles enflaquecían. Al final de aquel indecente curso docente 1979-1980, el himno resonaba apenas en un hilo de voz. La "escoria", estadísticamente, nos había ganado.

Frente a la ferretería de Calle E, durante más de una década los huevazos lanzados contra la planta alta resultaron de mejor calidad que la pintura socialista de entonces. De hecho, hasta mediados de los años 90, el chorreo proteico de aquellas albúminas abusivas siempre salía a flote sobre la fachada, como una culpa mal llevada en el subconsciente arquitectónico del barrio. Todavía recuerdo los gritos y el tumbao de las latas usadas como percutores, que llegaban como una marea mortal hasta mi cuarto, a más de dos cuadras de allí (por suerte, mis padres me prohibieron asistir ni siquiera como testigo).

De mi familia, sólo un primo del campo se fue. Los policías rurales prácticamente lo forzaron bajo amenaza de no salir más de prisión, al parecer por cuentas pendientes de trapicheo con res. Francisco, se llama. "Se ñamaba", porque nunca más volvió a Cuba. Su madre (una tierna tía que aún sobrevive en un central en ruinas al sur de La Habana) nunca lo ha vuelto a ver. Francisco y la muerte. Parece un chiste, pero es criminal.

Los rumores rodaron, como las cabezas. Un padre de familia azuzado pisó el acelerador del carro en su garaje y atropelló a la turba que lo repudiaba, sólo para que un militar le diera un tiro allí mismo, en presencia de sus familiares. Parece Tarantino, pero es tétrico. Y, aún siendo tan aficionados al guión gore, a ningún "joven realizador" en Cuba le entusiasma filmar esta tragedia vivida o inventada. En definitiva, son cosas de un pasado demasiado pesado para sus estéticas de corte post.

En 1980 diríase que no existían las cámaras personales (nuestra cultura civil de entonces no era mejor que la de 1880). De varios meses de oprobio, se filmaron escasas horas, de las que sólo minutos se han hecho públicos incluso en el siglo XXI. A la vuelta del tiempo, los testimonios se trocan. La verdad deviene inverosímil. Cuba confunde. La mayoría de los veinteañeros que conozco tendrían que buscar en la Enciclopedia Encarta la fecha del éxodo de un Microsoft Mariel, cuando Cuba sacrificó de su censo a más de cien mil cubanos (holocausto de la catapulta).

La madre de otro vecinito se fue un mediodía y lo dejó almorzando (gratis) en la Nguyen van Troi: el padre se negó a darle autorización y ella prefirió abrirse camino sola, para después sacar a la prole cuando las aguas bárbaras cogieran su nivel (el tsunami les duró diez años, pero hoy todos están reunidos en EE UU).

Recuerdo que se los llevaban tarde en la madrugada. Uno oía a sus padres oír a esos autos misteriosos con cuya visita la cuadra y la ciudad y el país se nos terminaban. Uno sentía miedo y envidia de la aventura súbita que llegaba tras las pedradas (un vecino nonagenario aún guarda las que aterrorizaron a una nieta de mi edad). Uno pensaba que tal vez el terror no fuera un precio tan alto para un pasaporte en plena Revolución. Uno era un marielito metido en el closet.

De los periódicos, recuerdo una nota diaria que apuntaba los barcos que habían zarpado y los que aún quedaban en la bahía del Mariel. Los eternos apostadores de Lawton jugaron una suerte de lotería clandestina con esos números. Es posible que mi padre haya ganado algún dinero en ese trance. Dolor y azar. Oportunidad y desidia. Ignorancia e inquina. Funeral y familia. Esa pasta patria nos constituye mejor que cualquier Constitución democrática o demacrada.

Como venganza mínima, no pocos vecinos defecaron en pomos que dejaban escondidos al abandonar sus casas. Con los días el hedor también entraba hasta mi cuarto: "peste a rata muerta", es la frase que conservo de mi madre. En los años 60, la clase medio alta cubana escondía joyas y títulos para venir a recuperarlos enseguida, cuando el ejército norteamericano se cansara de jugar al comunismo Made in Cuba. En 1980, el proletariado remanente en la Isla escondía literalmente una herencia de heces: mierda al por menor como boleta de cara al Estado.

No quedé traumatizado en absoluto por la experiencia en carne ajena de la miseria del Mariel. No dejé de jugar jamás. Quedábamos incontables cubanitos para los éxodos (con o sin actos de repudio) que aún vendrían: para crear crisis basta con una administración demócrata en Washington y con manipular un tin nuestro innato descontento popular.

Sin embargo, es cierto que a veces me comporto como si todavía tuviera ocho años. Como si todos mis amigos y amores (no sólo de infancia) fueran ya irrecuperables. Como si el Síndrome de Julio César-Willy-Yanira-Sujayla fuera un caso incurable. Por más que finjo cierto estilo de adultez mental, mi corazón no madura en un contexto que se torna cada época más duro: inclemente (elogio de la impiedad). Por más que presumo de buena fe, igual uno sospecha que Cuba sería capaz de sacrificar de su censo a más de cien millones de cubanos ("no uno, sino mil Marieles", podría ser la política apocalíptica actual).

No me fui por el Mariel. Esa demora renueva mi estatus de marielito interior y, de paso, me salva de todos los lugares comunes que la historia y la literatura cubanas han vertido sobre una macro-migración mitad espontánea y mitad estrategia. Hace rato que, en tanto autores, hemos dejado al ajedrez del Mariel en manos de un Estado autoritario cuya narrativa es muda o mendaz. Si bien a estas alturas ya nada complacería al Lector Nuevo, que pasa sin preocuparse por estas páginas perdidas del diario de nadie.

Y puede que la mayoría de los veinteañeros que conozco tengan, sin saberlo, su toque de razón: es mejor que nuestros fósiles fétidos no contaminen el futuro; sólo los huesitos blanqueados serán higiénicos en el museo de nuestra memoria nacional.

Monday, May 3, 2010

Rolando Pulido: Pinceladas del Mariel

Desde hacía algún tiempo me sentía atraída por un cuadro, XXX Aniversario del Mariel, del artista Rolando Pulido, natural de Jagua, Cienfuegos. También había estado esperando el momento adecuado para compartirlo con los lectores de Manguito Review. El éxodo de 130,000 personas en 1980 por el puerto cubano de Mariel marcó un antes y un después, no sólo para los que se marchaban, sino también para todos los cubanos de dentro y fuera de la isla. Como marielita que soy, este cuadro me transmite el desgarramiento de lo que pudo ser y el sentimiento de orgullo de lo logrado de cara a la adversidad. Al descubrir esta obra me interesé por las vicisitudes de los demás protagonistas de este drama histórico y quise conocer a su autor. Hoy me siento muy honrada de conocer a tan buen artista y magnífico ser humano. Desde entonces, Rolando Pulido y yo hemos colaborado en varios actos en pro de la libertad de Cuba y hemos establecido una bella amistad.

Rolando Pulido se prepara a presentar muestras de su obra artística desde el próximo 14 de mayo en Una sola isla, una sola libertad, programada para la sala de exposición QbaVa Gallery.

Rolando, te felicito por esta oportunidad que nos brindas para disfrutar de la belleza artística y del contenido tan emocionante de tus cuadros. Sé que ésa es tu actitud hacia el arte, en servicio de tu público. Te deseo un éxito rotundo. Es un verdadero honor para mí contar con tu amistad y de corazón te doy las gracias por permitirme traer tu historia a mis lectores.



XXX Aniversario del Mariel, 36x48, óleo sobre lienzo


Rolando, tu historia me conmueve. Ambos somos marielitas; sin embargo, tu historia es muy diferente a la mía y a la de tantos otros niños que, aunque compartíamos el peligro de navegación en precarias embarcaciones, contábamos con el acompañamiento de nuestros padres. Por tu parte, con apenas 18 años, tomaste una valiente decisión: salir por el Mariel sin familiares que te acompañaran o que te esperaran de este lado del estrecho. ¿Qué motiva a un adolescente de 18 años irse de su país sin respaldo familiar, sin conocer qué le espera y sin saber inglés?

RP: Ante todo te quiero dar las gracias por tus lindas palabras y por darme la oportunidad de contar mi historia. Para mí es un verdadero honor contar con tu amistad.

Mi historia es una más entre tantas; fuimos alrededor de 125.000 cubanos que preferimos enfrentar lo incierto, a quedar encerrados en una isla donde la palabra, “futuro", es propiedad de una dictadura extrema. El Éxodo del Mariel fue para mí, como para tantos, el único y anhelado puente hacia la libertad, con el enorme precio de dejar todo atrás, familia, amigos, cultura, costumbres, y sin boleto de regreso. Lo dejamos todo por ser libres. Libertad era una palabra ajena, foránea, que solo se aplicaba para turistas y marineros mercantes. La veíamos en el cine extranjero. Le correspondía a otros, no a nosotros los cubanos.

Desde muy niño, me di cuenta que existía una vida mejor mas allá del mar. Mis amigos de infancia que ya se habían ido en la década del sesenta hacia España o a EEUU, lo confirmaban en cada carta que enviaban, en cada llamada telefónica que hacían…ellos ya eran libres.

El más grande deseo de mi padre era sacar a sus hijos de aquella isla infierno, pero nunca tuvo la vía para hacerlo. El murió en mayo de 1979, un año exacto antes del éxodo del Mariel. Mi madre, en cambio, decidió adaptarse al sistema y callar. Ya en esa fecha ella estaba felizmente casada y siempre supe que ella no me acompañaría.

Consulté con mi hermano la idea de poder salir juntos. Siendo él 13 años mayor, pensé que no estaría solo; pero no fue así, él decidió quedarse...entonces me fui solo, ya sabía que allí no me podía quedar y, que fuera de allí existía al menos la esperanza de poder vivir con derechos.

El anhelo de vivir libremente fue lo que me impulsó a tomar la decisión de irme. Yo necesitaba decidir mi propio futuro, vivir como cualquier otro ser humano libre. Me negué a seguir siendo tratado como un ser inferior a cualquier extranjero en mi propio país.

Yo fui el primero en mi familia que salió de Cuba, razón por la cual no tenía familia en Estados Unidos. Tampoco tenía amigos, pero la idea de ser libre me sirvió de guía, como una antorcha en una noche oscura del mar, en manos de un ángel de libertad.

¿Cuáles son los últimos recuerdos de tu despedida familiar y de tu salida de Cuba?

RP: Mis últimos recuerdos de mi despedida son muy tristes, prácticamente no me pude despedir de casi nadie, pues desde que presenté la salida, tuve que mantenerme escondido.

Desde el día en que sucedieron los hechos en la Embajada del Perú, mi vida tomó otro sentido...se había abierto una puerta hacia la libertad y tenía que llegar a ella. Días después anunciaron la posible salida del país a través de oficinas a todo lo largo de la isla.

En solo 12 horas tomé la decisión que cambiaría totalmente mi vida. Recuerdo que un amigo de entonces me visitó una noche para decirme que a la mañana siguiente iría a una de esas oficinas para llenar las planillas que se necesitaban para poder remitirse a los centros destinados en la ciudad de La Habana. Apoyé su decisión y hasta recuerdo que le pedí que escribiera mi nombre en cualquier pared de cualquier ciudad de los Estados Unidos. Para mí eso significaba que por lo menos mi nombre sería libre de alguna manera (yo tenía 18 años).

No me tomó mucho tiempo unirme a la decisión de mi amigo. Tras una noche completa de desvelo e incertidumbre me di cuenta de que ésta era la oportunidad para escapar de aquel infierno y, digo infierno, porque es lo más cercano a eso que yo haya conocido. Vivía en un lugar donde el odio y la envidia son la ley, donde las únicas oportunidades se les brindaba a los incondicionalmente fieles a la mal llamada Revolución y, para reclamar nuestro derecho a estudiar, teníamos que renunciar a nuestra individualidad, a nuestros amigos, a nuestra fe.

Eran épocas de rechazo total a cualquier tipo de manifestación que estuviera fuera del formato que desde el Olimpo nos habían trazado los dioses desde el día en que nacimos. Por mencionar solo una de esas manifestaciones, tener el cabello un poco largo, encima de las orejas, era un desacato a la Revolución. Si no cumplías con las advertencias, te lo cortaban públicamente y podías ser expulsado de la escuela por "Diversionismo Ideológico". Se suponía que llevar el cabello largo era símbolo de la ideología enemiga...los Hippies.

A las 8 de la mañana siguiente ya estaba siendo entrevistado por un agente de la policía quien me planteó que sólo los antisociales podían llenar las planillas; o sea, la escoria. Como han de imaginar, ya Cuba entera sabía lo que había que hacer y qué decir para ser escoria...con mis cejas arregladas con cuchilla de afeitar, ya se podrán imaginar por dónde me les fui.

Como era menor de edad para cuestiones migratorias, tuve que presentar un permiso firmado por mis padres. Al estar mi padre muerto, me pidieron llevar un acta de defunción, la cual solo se podía adquirir en una oficina que quedaba en una de las principales calles de la ciudad de Cienfuegos, de donde soy original y en donde estaba permanentemente un acto de repudio afuera de la oficina. Me tocó ir con mi madre, vestida de miliciana y con su brazo encima del mío para poder pasar desapercibido, ya que mi rostro estaba todo agolpeado por las turbas que en las afueras de mi escuela me habían provocado el día anterior, porque también se me requirió que llevara un acta de baja escolar el cual tuve que obligatoriamente ir personalmente a la dirección de mi escuela, donde ya me estaban esperando más de mil estudiantes organizados en la plaza de la escuela con palos, cabillas y piedras.

Esperaron a que yo entrara en campo escolar y me dirigiera hacia la dirección de la escuela, recuerdo que era un requisito entregar el uniforme y lo llevaba conmigo. Minutos después sentí ese ruido inconfundible que hacen las multitudes enardecidas, que venían desde la plaza y aquel inolvidable “pin pon fuera abajo la gusanera”, con mi nombre entre consignas y lemas de odio e intolerancia.

No fue mucho lo que pude hacer, sino tratar como todo ser humano de defenderme y escapar de aquel atropello, hasta que me acorralaron junto a una cerca de alambre de un patio de algún vecino, donde me pegaron como mejor pudieron. Eran hembras y varones, eran mis compañeros de escuela, en donde yo era un destacado estudiante. Hasta ese punto los había llevado el adoctrinamiento antihumano que desde que nacieron se les inculcó. Ver aquellas caras tan familiares, con esa expresión de odio incontenido, pegándome con todas sus fuerzas es algo que jamás he de olvidar y creo no poder perdonar nunca.

Como a veces pasa en la vida, sucedió algo que impidió que allí pereciera y apareció un hombre muy alto y muy negro, con un sombrero de yarey y machete en mano. Pensé que ya había llegado el final y me resigné a mi destino. El hombre logró meterse entre la multitud y comenzó a hondear el machete y logró separarme de la turba, gritando que a quien tocara a este muchachito le volaría la cabeza. Me agarró por la camisa y la faja del pantalón y me lanzó al otro lado de la cerca de alambre. Fui saltando de patio en patio hasta llegar a una calle donde pude tomar un taxi hasta mi casa. El taxista se dio cuenta de lo que pasaba (era algo común por aquellos días) y ni me cobró el viaje. Fue difícil que mi madre accediera a darme la firma para que pudiera emigrar, pero después de largas horas tratando de convencerla, lo logré.

Mi último adiós fue a mi padre, pues la oficina por donde nos trasladarían a La Habana estaba situada a unas cuadras del cementerio Tomas Acea está enterrado mi padre. Allí, sentado en su tumba pasé muchas horas, hasta que amaneciera para estar afuera de la oficina antes de que abrieran, para evitar otro encuentro con las turbas del diablo.

Afortunadamente esa misma mañana salí hacia La Habana, en un ómnibus con ventanas rotas y marcas de violencia. Se nos pidió que nos bajáramos al piso, para evitar las pedradas y los huevos lanzados desde las calles. Jamás olvidare que el bus pasó por la esquina de mi casa...y miré y miré...y lloré mucho. No vería esa calle otra vez por muchos años, aunque nunca la volví a atar con mis recuerdos.

Luego en La Habana se nos condujo al reparto del Cerro, donde habían improvisado un campo de concentración que albergaba a miles de compatriotas de diversas partes del país, de todas las edades y razas. Fue una experiencia demasiado dura y difícil, especialmente cuando uno está solo y eres tan joven. Allí me encontré con un amigo de mi hermano al cual no veía hacía muchos años, pero al que reconocí de inmediato y me le acerqué, entonces ya no estaba tan solo, había alguien que sabía quién era yo y que estaría a mi lado.

No recuerdo exactamente cuántos días estuve en ese campamento, pero fue más de una semana, quizás 9 días. Un pequeño tanque de cemento con agua, moho y una llave era todo lo que teníamos para beber y malamente asearnos tanta gente. Tenían bocinas puestas por todas partes con música a todo volumen que, para nosotros poder conversar, teníamos que gritar para podernos escuchar. Esa música estuvo puesta y al mismo volumen hasta que me sacaron de allí, día y noche, era imposible dormir.

Una madrugada llamaron mi nombre y me trasladaron al famoso "Mosquito", cerca del puerto del Mariel, allí entre arrecifes y carpas de lona se hacía mayor mi desesperación cuando escuchaba que ya no quedaban suficientes embarcaciones en el puerto y que todos seríamos regresados a nuestros respectivos pueblos. No fue así y logré embarcar una hermosa mañana de sol, en un yate llamado Piernas Locas (Crazy Legs).

Crazy Legs era un yate privado de 48 pies, con una carga humana de exactamente también 48 personas, niños y ancianos en la cabina, los más jóvenes sentados prácticamente unos encima de los otros en la popa. Por problemas de sobrepeso tuvimos que tirar al mar todo lo que no fuera de extrema urgencia, como refrigerador y muebles. Estuvimos perdidos por muchas horas por razones técnicas de la embarcación, por lo que nos demoramos más de lo previsto. Salimos del Puerto del Mariel alrededor de las 12:30 pm y llegamos a Cayo Hueso a las 6 am.

¿Cuál fue tu propósito en la composición de XXX Aniversario del Mariel? ¿Qué aspectos de tu odisea personal quisiste captar en el lienzo?

RP: Quise plasmar el agridulce que representa el Mariel para mí. Por un lado es una escena dramática y colores muy brillantes en una atmósfera de desesperación, para dar el aspecto feliz que causó el Mariel en mí.

Es un conjunto de emociones relacionadas con la travesía. Todos habíamos dejado a alguien atrás. Nos íbamos, pero nos habían cortado las alas...para que no voláramos muy lejos y así mismo sucedió. En estos mismos instantes habemos Marielitos por todas partes del globo, revoleteando por la libertad de Cuba, treinta años después. Sin alas, pero sin amo...

¿Cómo es posible que, siendo un menor, las autoridades migratorias de EEUU te permitieron ingresar al país? ¿Por dónde entraste? ¿Cómo acabaste en Nueva York? ¿Tuviste asistencia de alguien o de alguna institución? ¿Cómo sobreviviste? ¿Cuáles fueron algunas de tus primeras impresiones de la vida en EEUU?

RP: Bueno cuando se trata de un éxodo masivo, me imagino que las autoridades del país que los recibe, tienen que analizar, caso por caso, a cada uno de los exiliados.

En mi caso yo no traía ninguna identificación conmigo, nunca se me entregó el pasaporte en Cuba y mis pertenencias eran una foto de carnet propia, el recibo del certificado de defunción de mi padre y un peine azul de bolsillo de fabricación soviética, que aún conservo.

Por esa razón deduzco que el tiempo que estuve en el campamento de refugiados fue para las autoridades difícil identificarme. No creo que hayan tenido mucho éxito. Un joven de 18 años de edad no tiene mucho historial y, al estar solo, pues...prácticamente me pondrían en adopción en último caso.

Tuve la suerte de re-encontrarme con el amigo de mi hermano del campamento en La Habana, una vez que nos trasladaron al campamento de Fort Indian Town, en Pennsylvania. Le planteé mi situación y su tío que residía en la ciudad de Nueva York desde los años sesenta, logró sacarme del refugio, al ser yo menor de edad, tuvo que responsabilizarse como custodio.

En el campamento Fort Indian Town estuve dos meses y medio. Mis recuerdos no podrían ser más gratos. Por primera vez en mi vida, podía gozar de un vaso de leche, podía dormir en una cama cómoda, podía mirar hacia el futuro...el que yo mismo me trazaría.

Llegué a la ciudad de Nueva York el 22 de agosto de 1980 y aún vivo aquí. Dicen que quien se da una caída en New York, no se va. En la primera nevada salí con botas de suela de cuero (lisas).

Debido a que durante mi infancia las Navidades estaban proscritas, uno de los recuerdos más memorables que guardo de los primeros meses en este país, concierne las Navidades de 1980. ¿Es posible que guardes en la memoria vivencias similares?

RP: No, en lo absoluto. La primera Noche Buena que pasé en libertad, se confinó a una estación del metro #1, en Manhattan. Entre ratas y vagabundos, entre llanto y desilusión. El tío de mi amigo me había puesto en la calle la tarde anterior. Hoy día me doy cuenta que fue por razones de celos, pues el señor (una magnífica persona), tenía preferencias conmigo...quizás por verme tan joven y tan solo y su sobrino se sintió descuidado...el tenía 23 años de edad.

Las primeras Navidades que vine a disfrutar fueron las de 1982, cuando ya estaba un poco más establecido con relación a trabajo y vivienda. Recuerdo que en esa Navidad, recibí como regalo el primer juego de oleos y lienzos en mi vida.

¿Cómo te iniciaste en la pintura y en el arte gráfico? ¿Qué te motiva a dedicar tu talento a la causa de Cuba?

RP: Mi madre era pintora y calígrafo. Nací entre oleo y tinta china, entre los cursos nocturnos de Artes Plásticas de alguno que otro vecino y mi madre. Así pasé mi infancia. También estudié poco tiempo en la Escuela Provincial de Artes (EPA), en la ciudad de Santa Clara.

En el exilio, he sido ganador de varios premios y menciones, incluyendo primeros y segundos premios por mis pinturas y diseños gráficos que he exhibido en varias galerías de la ciudad de New York, incluyendo universidades.

Nunca me interesó llevar mi arte a la moneda. Me encanta el trabajo que he desempeñado desde que tenía 20 años de edad. Seguí las huellas de mi madre en el sendero de la caligrafía y el rótulo.

La libertad de Cuba siempre ha sido mi más soñado anhelo pero ¿qué hacer cuando se está tan lejos? Un día del pasado mes de diciembre del 2009, luego de ser adicto a comentar en blogs de Cuba, me di cuenta que existía en La Habana un grupo de jóvenes que justamente pensaban como yo y que estaban clamando solidaridad, me uní a ellos y desde entonces sus voces se escuchan en cada trabajo gráfico que realizo.

Cuesta mucho trabajo encontrar la mejor vía para lograr lo que añoramos. Mi trabajo gráfico ha despertado cierto interés en el internet por la causa cubana y se ha convertido en mi mejor arma para defender mis derechos como humano-cubano.

¿Qué consideras tus mayores logros y desencantos en estos 30 años de exilio?

RP: Bueno, desencantos han habido muchos en treinta años, pero muy pocos relacionados con lo de ser exiliado, cosas románticas y familiares acaso.

Logros...todo. Desde que pisé tierra libre me sentí renacido. Todas las malas experiencias fueron lecciones que me servirían de escudo ante los demonios que a veces se me acercan para cortarme las alas.

También considero un logro haber hecho posible la unidad entre mis compatriotas en todo el mundo para juntos lograr la libertad de nuestro país.

Y ahora la pregunta vital para todo cubano, si pudieras cambiar la situación en Cuba, ¿cómo lo harías? ¿Regresarías? Y si lo hicieras, ¿sería en plan de turista o de nuevo residente de Jagua?

RP: Como todo cubano te responderé que, no existe ninguna posibilidad de diálogo con el régimen de La Habana, más de 51 años de chantaje lo han comprobado.

Pienso que la única solución está en manos de las organizaciones internacionales que, con sus presiones y quizás con algún tipo de intervención, logren poner fin a la total injusticia con la que se ha tratado al pueblo cubano en los últimos 51 años; no solo dentro de Cuba, sino en el inmenso exilio expandido por tantas partes del mundo.

Creo que es hora de que el mundo se dé cuenta que el pueblo cubano es tan diverso como cualquier otro pueblo y que todos estamos siendo afectados por las ideas de unos cuantos. Las revoluciones son de unos, la patria es de todos.

Acerca de que si regresaría, te puedo asegurar que sí, no tardaría en ir a darle un beso y un abrazo a mis dos primos y a mis amigos blogueros de La Habana. No sé, no creo que pudiera volver a vivir en Cienfuegos. Allí solo me queda uno de mis primos y la casa de mis padres y de mis abuelos paternos, al fallecer todos, se perdió cualquier tipo de herencia.

La Habana sería mi punto en Cuba, aunque nunca dejaría al país que me dio refugio siendo un niño, donde me hice hombre, donde conocí que la palabra libertad...es mía también.

¿Hay algo que te gustaría agregar que yo no haya anticipado?

RP: Sí, por supuesto. Quiero pedir disculpas a tus lectores por la tremenda lata. Hablar del Mariel es, para nosotros los marielitos, tocarnos el punto donde comenzó la vida...el ombligo.





Saturday, May 1, 2010

Mariel Then and Now

Class photo taken before departure. Circa January, 1980


Yanira Angulo-Cano

With the 30th Anniversary of the Mariel Boat Lift on the horizon, my memory once again relives our family’s ordeal leaving Cuba. As a then nine year old, my recollections are fragmentary, impressionistic, and out of sync with the chronology of those events; however, they are central to my sense of identity and they are likely to awaken similar memories in those of my readers who also were Mariel refugee children.

One of the most traumatic memories is about the “acto de repudio” to which our family was subjected days before our departure. It was during the night when a mob of about a hundred surrounded our house and came into our garden. Almost all of them had been brought from neighboring communities. These people wondered through our town harassing/assaulting families who had acknowledged leaving the country. There was a rumor that our family was leaving too, even though we had not confirmed it with the local authorities. The mob not only shouted insults at us and current slogans such as “afuera la gusanera” and “escoria,” but they also threw eggs and rocks at our home’s façade. I remember that my parents kept the lights inside and outside turned off. Inside the dark house the four of us could hear with horror the threatening noises of the frenzied mob. At a certain moment we thought that the front door was about to give in, since they were pushing it from the outside. I remember that a rock came through a window blind and almost hit my six year old brother in the head. I can’t recall where my little brother and I were hiding, but I know we were together. I also recall that my father was angry and my mother was pleading with him not to open the door. I don’t remember when the mob left nor when I went to sleep, but I know that night my life and my feelings for my town changed. My parents did not let me go back to school anymore, nor play with my friends ever again, and for the first time I felt real fear walking the streets of Manguito.

I am also drawn to a haunting vision; that is, the night when we surreptitiously sneaked out of town, the earlier painful separation from my grandparents, the many difficulties at a processing site, and the arrival days later to the port of Mariel, where a bay full of small crafts, waiting to pick up relatives, so crowded the harbor that one could hardly see the water.

The process for leaving Cuba was difficult enough for most people, but for my father it represented running a most formidable gauntlet. Because of his position as mechanical engineer at the Central España sugar mill, he knew that he would not be permitted to leave the country. Thus, in order to enter the processing site, he relied on an old ID card that listed him as an assistant at Central España. This ruse allowed us to enter the seaside camp called “El mosquito,” where for several days we endured all kinds of difficulties: limited food and water, no sanitary facilities, and sleeping on the sand, surrounded by many families in a similar predicament. One particularly terrifying memory relates to this one time when my mother and I had to use the bathroom, but since there was no such facility, we went behind a sand dune that, despite having some kind of vegetation cover, did not prevent two armed milicianos from approaching and watching us. My mother was in her early thirties and I was only nine years old. My mother told me not to tell my father.

As days went by, my father worried that officials at the sugar mill would figure out that his absence from work was related to the Boat Lift, and that his identity card trick would be discovered. Nevertheless, after what seemed an eternity, we were bused to the actual port of Mariel, and were taken to the boat where my father’s sister had endured 36 days of hardships waiting for us. When my aunt left Miami to pick us up, she had not anticipated that the processing of so many people would be so time consuming. Two weeks after her arrival to Mariel, she had run out of her epilepsy medication. Despite her recurring seizures and Captain Rubén Legrá's urging for her return on another boat to Miami, she refused to leave, risking her health making sure that her brother and family got out. Therefore, because of my aunt’s health and the risky conditions of my father’s departure, it was decided to leave without waiting for final clearance.

We left Cuba on an overloaded craft, the Nettie May, on May 27, 1980, taking advantage of the dark and under the cover of a brewing storm. The children were sent below deck and the adults had to face the storm on deck. Down below, there was a great deal of crying. I remember kids asking for their parents, while I busied myself in attending to my little brother. The boat had engine problems on several occasions. Many got seasick, and as we were approaching US waters, a Coast Guard helicopter lifted my mother and other very ill passengers to a medical facility in Key West. Thus, I arrived to Key West in the company of my father, brother and aunt, but not knowing the whereabouts of my mother.

Although thirty years have gone by, I have to admit that those bitter memories sometimes well up from my subconscious, reminding me of their existence. I don’t suppress them; I turn them into motivating tools. I want the best in life for me, my loved ones, and all of the Mariel refugees; especially, the ones who were children at the time. And the fact that we have done well gives me satisfaction. I don’t hate those who tormented us as we were leaving the island, they are the ones who have suffered and will continue to do so until there is real change in Cuba.