Rolando Pulido se prepara a presentar muestras de su obra artística desde el próximo 14 de mayo en Una sola isla, una sola libertad, programada para la sala de exposición QbaVa Gallery.
Rolando, te felicito por esta oportunidad que nos brindas para disfrutar de la belleza artística y del contenido tan emocionante de tus cuadros. Sé que ésa es tu actitud hacia el arte, en servicio de tu público. Te deseo un éxito rotundo. Es un verdadero honor para mí contar con tu amistad y de corazón te doy las gracias por permitirme traer tu historia a mis lectores.
XXX Aniversario del Mariel, 36x48, óleo sobre lienzo
Rolando, tu historia me conmueve. Ambos somos marielitas; sin embargo, tu historia es muy diferente a la mía y a la de tantos otros niños que, aunque compartíamos el peligro de navegación en precarias embarcaciones, contábamos con el acompañamiento de nuestros padres. Por tu parte, con apenas 18 años, tomaste una valiente decisión: salir por el Mariel sin familiares que te acompañaran o que te esperaran de este lado del estrecho. ¿Qué motiva a un adolescente de 18 años irse de su país sin respaldo familiar, sin conocer qué le espera y sin saber inglés?
RP: Ante todo te quiero dar las gracias por tus lindas palabras y por darme la oportunidad de contar mi historia. Para mí es un verdadero honor contar con tu amistad.
Mi historia es una más entre tantas; fuimos alrededor de 125.000 cubanos que preferimos enfrentar lo incierto, a quedar encerrados en una isla donde la palabra, “futuro", es propiedad de una dictadura extrema. El Éxodo del Mariel fue para mí, como para tantos, el único y anhelado puente hacia la libertad, con el enorme precio de dejar todo atrás, familia, amigos, cultura, costumbres, y sin boleto de regreso. Lo dejamos todo por ser libres. Libertad era una palabra ajena, foránea, que solo se aplicaba para turistas y marineros mercantes. La veíamos en el cine extranjero. Le correspondía a otros, no a nosotros los cubanos.
Desde muy niño, me di cuenta que existía una vida mejor mas allá del mar. Mis amigos de infancia que ya se habían ido en la década del sesenta hacia España o a EEUU, lo confirmaban en cada carta que enviaban, en cada llamada telefónica que hacían…ellos ya eran libres.
El más grande deseo de mi padre era sacar a sus hijos de aquella isla infierno, pero nunca tuvo la vía para hacerlo. El murió en mayo de 1979, un año exacto antes del éxodo del Mariel. Mi madre, en cambio, decidió adaptarse al sistema y callar. Ya en esa fecha ella estaba felizmente casada y siempre supe que ella no me acompañaría.
Consulté con mi hermano la idea de poder salir juntos. Siendo él 13 años mayor, pensé que no estaría solo; pero no fue así, él decidió quedarse...entonces me fui solo, ya sabía que allí no me podía quedar y, que fuera de allí existía al menos la esperanza de poder vivir con derechos.
El anhelo de vivir libremente fue lo que me impulsó a tomar la decisión de irme. Yo necesitaba decidir mi propio futuro, vivir como cualquier otro ser humano libre. Me negué a seguir siendo tratado como un ser inferior a cualquier extranjero en mi propio país.
Yo fui el primero en mi familia que salió de Cuba, razón por la cual no tenía familia en Estados Unidos. Tampoco tenía amigos, pero la idea de ser libre me sirvió de guía, como una antorcha en una noche oscura del mar, en manos de un ángel de libertad.
¿Cuáles son los últimos recuerdos de tu despedida familiar y de tu salida de Cuba?
RP: Mis últimos recuerdos de mi despedida son muy tristes, prácticamente no me pude despedir de casi nadie, pues desde que presenté la salida, tuve que mantenerme escondido.
Desde el día en que sucedieron los hechos en la Embajada del Perú, mi vida tomó otro sentido...se había abierto una puerta hacia la libertad y tenía que llegar a ella. Días después anunciaron la posible salida del país a través de oficinas a todo lo largo de la isla.
En solo 12 horas tomé la decisión que cambiaría totalmente mi vida. Recuerdo que un amigo de entonces me visitó una noche para decirme que a la mañana siguiente iría a una de esas oficinas para llenar las planillas que se necesitaban para poder remitirse a los centros destinados en la ciudad de La Habana. Apoyé su decisión y hasta recuerdo que le pedí que escribiera mi nombre en cualquier pared de cualquier ciudad de los Estados Unidos. Para mí eso significaba que por lo menos mi nombre sería libre de alguna manera (yo tenía 18 años).
No me tomó mucho tiempo unirme a la decisión de mi amigo. Tras una noche completa de desvelo e incertidumbre me di cuenta de que ésta era la oportunidad para escapar de aquel infierno y, digo infierno, porque es lo más cercano a eso que yo haya conocido. Vivía en un lugar donde el odio y la envidia son la ley, donde las únicas oportunidades se les brindaba a los incondicionalmente fieles a la mal llamada Revolución y, para reclamar nuestro derecho a estudiar, teníamos que renunciar a nuestra individualidad, a nuestros amigos, a nuestra fe.
Eran épocas de rechazo total a cualquier tipo de manifestación que estuviera fuera del formato que desde el Olimpo nos habían trazado los dioses desde el día en que nacimos. Por mencionar solo una de esas manifestaciones, tener el cabello un poco largo, encima de las orejas, era un desacato a la Revolución. Si no cumplías con las advertencias, te lo cortaban públicamente y podías ser expulsado de la escuela por "Diversionismo Ideológico". Se suponía que llevar el cabello largo era símbolo de la ideología enemiga...los Hippies.
A las 8 de la mañana siguiente ya estaba siendo entrevistado por un agente de la policía quien me planteó que sólo los antisociales podían llenar las planillas; o sea, la escoria. Como han de imaginar, ya Cuba entera sabía lo que había que hacer y qué decir para ser escoria...con mis cejas arregladas con cuchilla de afeitar, ya se podrán imaginar por dónde me les fui.
Como era menor de edad para cuestiones migratorias, tuve que presentar un permiso firmado por mis padres. Al estar mi padre muerto, me pidieron llevar un acta de defunción, la cual solo se podía adquirir en una oficina que quedaba en una de las principales calles de la ciudad de Cienfuegos, de donde soy original y en donde estaba permanentemente un acto de repudio afuera de la oficina. Me tocó ir con mi madre, vestida de miliciana y con su brazo encima del mío para poder pasar desapercibido, ya que mi rostro estaba todo agolpeado por las turbas que en las afueras de mi escuela me habían provocado el día anterior, porque también se me requirió que llevara un acta de baja escolar el cual tuve que obligatoriamente ir personalmente a la dirección de mi escuela, donde ya me estaban esperando más de mil estudiantes organizados en la plaza de la escuela con palos, cabillas y piedras.
Esperaron a que yo entrara en campo escolar y me dirigiera hacia la dirección de la escuela, recuerdo que era un requisito entregar el uniforme y lo llevaba conmigo. Minutos después sentí ese ruido inconfundible que hacen las multitudes enardecidas, que venían desde la plaza y aquel inolvidable “pin pon fuera abajo la gusanera”, con mi nombre entre consignas y lemas de odio e intolerancia.
No fue mucho lo que pude hacer, sino tratar como todo ser humano de defenderme y escapar de aquel atropello, hasta que me acorralaron junto a una cerca de alambre de un patio de algún vecino, donde me pegaron como mejor pudieron. Eran hembras y varones, eran mis compañeros de escuela, en donde yo era un destacado estudiante. Hasta ese punto los había llevado el adoctrinamiento antihumano que desde que nacieron se les inculcó. Ver aquellas caras tan familiares, con esa expresión de odio incontenido, pegándome con todas sus fuerzas es algo que jamás he de olvidar y creo no poder perdonar nunca.
Como a veces pasa en la vida, sucedió algo que impidió que allí pereciera y apareció un hombre muy alto y muy negro, con un sombrero de yarey y machete en mano. Pensé que ya había llegado el final y me resigné a mi destino. El hombre logró meterse entre la multitud y comenzó a hondear el machete y logró separarme de la turba, gritando que a quien tocara a este muchachito le volaría la cabeza. Me agarró por la camisa y la faja del pantalón y me lanzó al otro lado de la cerca de alambre. Fui saltando de patio en patio hasta llegar a una calle donde pude tomar un taxi hasta mi casa. El taxista se dio cuenta de lo que pasaba (era algo común por aquellos días) y ni me cobró el viaje. Fue difícil que mi madre accediera a darme la firma para que pudiera emigrar, pero después de largas horas tratando de convencerla, lo logré.
Mi último adiós fue a mi padre, pues la oficina por donde nos trasladarían a La Habana estaba situada a unas cuadras del cementerio Tomas Acea está enterrado mi padre. Allí, sentado en su tumba pasé muchas horas, hasta que amaneciera para estar afuera de la oficina antes de que abrieran, para evitar otro encuentro con las turbas del diablo.
Afortunadamente esa misma mañana salí hacia La Habana, en un ómnibus con ventanas rotas y marcas de violencia. Se nos pidió que nos bajáramos al piso, para evitar las pedradas y los huevos lanzados desde las calles. Jamás olvidare que el bus pasó por la esquina de mi casa...y miré y miré...y lloré mucho. No vería esa calle otra vez por muchos años, aunque nunca la volví a atar con mis recuerdos.
Luego en La Habana se nos condujo al reparto del Cerro, donde habían improvisado un campo de concentración que albergaba a miles de compatriotas de diversas partes del país, de todas las edades y razas. Fue una experiencia demasiado dura y difícil, especialmente cuando uno está solo y eres tan joven. Allí me encontré con un amigo de mi hermano al cual no veía hacía muchos años, pero al que reconocí de inmediato y me le acerqué, entonces ya no estaba tan solo, había alguien que sabía quién era yo y que estaría a mi lado.
No recuerdo exactamente cuántos días estuve en ese campamento, pero fue más de una semana, quizás 9 días. Un pequeño tanque de cemento con agua, moho y una llave era todo lo que teníamos para beber y malamente asearnos tanta gente. Tenían bocinas puestas por todas partes con música a todo volumen que, para nosotros poder conversar, teníamos que gritar para podernos escuchar. Esa música estuvo puesta y al mismo volumen hasta que me sacaron de allí, día y noche, era imposible dormir.
Una madrugada llamaron mi nombre y me trasladaron al famoso "Mosquito", cerca del puerto del Mariel, allí entre arrecifes y carpas de lona se hacía mayor mi desesperación cuando escuchaba que ya no quedaban suficientes embarcaciones en el puerto y que todos seríamos regresados a nuestros respectivos pueblos. No fue así y logré embarcar una hermosa mañana de sol, en un yate llamado Piernas Locas (Crazy Legs).
Crazy Legs era un yate privado de 48 pies, con una carga humana de exactamente también 48 personas, niños y ancianos en la cabina, los más jóvenes sentados prácticamente unos encima de los otros en la popa. Por problemas de sobrepeso tuvimos que tirar al mar todo lo que no fuera de extrema urgencia, como refrigerador y muebles. Estuvimos perdidos por muchas horas por razones técnicas de la embarcación, por lo que nos demoramos más de lo previsto. Salimos del Puerto del Mariel alrededor de las 12:30 pm y llegamos a Cayo Hueso a las 6 am.
¿Cuál fue tu propósito en la composición de XXX Aniversario del Mariel? ¿Qué aspectos de tu odisea personal quisiste captar en el lienzo?
RP: Quise plasmar el agridulce que representa el Mariel para mí. Por un lado es una escena dramática y colores muy brillantes en una atmósfera de desesperación, para dar el aspecto feliz que causó el Mariel en mí.
Es un conjunto de emociones relacionadas con la travesía. Todos habíamos dejado a alguien atrás. Nos íbamos, pero nos habían cortado las alas...para que no voláramos muy lejos y así mismo sucedió. En estos mismos instantes habemos Marielitos por todas partes del globo, revoleteando por la libertad de Cuba, treinta años después. Sin alas, pero sin amo...
¿Cómo es posible que, siendo un menor, las autoridades migratorias de EEUU te permitieron ingresar al país? ¿Por dónde entraste? ¿Cómo acabaste en Nueva York? ¿Tuviste asistencia de alguien o de alguna institución? ¿Cómo sobreviviste? ¿Cuáles fueron algunas de tus primeras impresiones de la vida en EEUU?
RP: Bueno cuando se trata de un éxodo masivo, me imagino que las autoridades del país que los recibe, tienen que analizar, caso por caso, a cada uno de los exiliados.
En mi caso yo no traía ninguna identificación conmigo, nunca se me entregó el pasaporte en Cuba y mis pertenencias eran una foto de carnet propia, el recibo del certificado de defunción de mi padre y un peine azul de bolsillo de fabricación soviética, que aún conservo.
Por esa razón deduzco que el tiempo que estuve en el campamento de refugiados fue para las autoridades difícil identificarme. No creo que hayan tenido mucho éxito. Un joven de 18 años de edad no tiene mucho historial y, al estar solo, pues...prácticamente me pondrían en adopción en último caso.
Tuve la suerte de re-encontrarme con el amigo de mi hermano del campamento en La Habana, una vez que nos trasladaron al campamento de Fort Indian Town, en Pennsylvania. Le planteé mi situación y su tío que residía en la ciudad de Nueva York desde los años sesenta, logró sacarme del refugio, al ser yo menor de edad, tuvo que responsabilizarse como custodio.
En el campamento Fort Indian Town estuve dos meses y medio. Mis recuerdos no podrían ser más gratos. Por primera vez en mi vida, podía gozar de un vaso de leche, podía dormir en una cama cómoda, podía mirar hacia el futuro...el que yo mismo me trazaría.
Llegué a la ciudad de Nueva York el 22 de agosto de 1980 y aún vivo aquí. Dicen que quien se da una caída en New York, no se va. En la primera nevada salí con botas de suela de cuero (lisas).
Debido a que durante mi infancia las Navidades estaban proscritas, uno de los recuerdos más memorables que guardo de los primeros meses en este país, concierne las Navidades de 1980. ¿Es posible que guardes en la memoria vivencias similares?
RP: No, en lo absoluto. La primera Noche Buena que pasé en libertad, se confinó a una estación del metro #1, en Manhattan. Entre ratas y vagabundos, entre llanto y desilusión. El tío de mi amigo me había puesto en la calle la tarde anterior. Hoy día me doy cuenta que fue por razones de celos, pues el señor (una magnífica persona), tenía preferencias conmigo...quizás por verme tan joven y tan solo y su sobrino se sintió descuidado...el tenía 23 años de edad.
Las primeras Navidades que vine a disfrutar fueron las de 1982, cuando ya estaba un poco más establecido con relación a trabajo y vivienda. Recuerdo que en esa Navidad, recibí como regalo el primer juego de oleos y lienzos en mi vida.
¿Cómo te iniciaste en la pintura y en el arte gráfico? ¿Qué te motiva a dedicar tu talento a la causa de Cuba?
RP: Mi madre era pintora y calígrafo. Nací entre oleo y tinta china, entre los cursos nocturnos de Artes Plásticas de alguno que otro vecino y mi madre. Así pasé mi infancia. También estudié poco tiempo en la Escuela Provincial de Artes (EPA), en la ciudad de Santa Clara.
En el exilio, he sido ganador de varios premios y menciones, incluyendo primeros y segundos premios por mis pinturas y diseños gráficos que he exhibido en varias galerías de la ciudad de New York, incluyendo universidades.
Nunca me interesó llevar mi arte a la moneda. Me encanta el trabajo que he desempeñado desde que tenía 20 años de edad. Seguí las huellas de mi madre en el sendero de la caligrafía y el rótulo.
La libertad de Cuba siempre ha sido mi más soñado anhelo pero ¿qué hacer cuando se está tan lejos? Un día del pasado mes de diciembre del 2009, luego de ser adicto a comentar en blogs de Cuba, me di cuenta que existía en La Habana un grupo de jóvenes que justamente pensaban como yo y que estaban clamando solidaridad, me uní a ellos y desde entonces sus voces se escuchan en cada trabajo gráfico que realizo.
Cuesta mucho trabajo encontrar la mejor vía para lograr lo que añoramos. Mi trabajo gráfico ha despertado cierto interés en el internet por la causa cubana y se ha convertido en mi mejor arma para defender mis derechos como humano-cubano.
¿Qué consideras tus mayores logros y desencantos en estos 30 años de exilio?
RP: Bueno, desencantos han habido muchos en treinta años, pero muy pocos relacionados con lo de ser exiliado, cosas románticas y familiares acaso.
Logros...todo. Desde que pisé tierra libre me sentí renacido. Todas las malas experiencias fueron lecciones que me servirían de escudo ante los demonios que a veces se me acercan para cortarme las alas.
También considero un logro haber hecho posible la unidad entre mis compatriotas en todo el mundo para juntos lograr la libertad de nuestro país.
Y ahora la pregunta vital para todo cubano, si pudieras cambiar la situación en Cuba, ¿cómo lo harías? ¿Regresarías? Y si lo hicieras, ¿sería en plan de turista o de nuevo residente de Jagua?
RP: Como todo cubano te responderé que, no existe ninguna posibilidad de diálogo con el régimen de La Habana, más de 51 años de chantaje lo han comprobado.
Pienso que la única solución está en manos de las organizaciones internacionales que, con sus presiones y quizás con algún tipo de intervención, logren poner fin a la total injusticia con la que se ha tratado al pueblo cubano en los últimos 51 años; no solo dentro de Cuba, sino en el inmenso exilio expandido por tantas partes del mundo.
Creo que es hora de que el mundo se dé cuenta que el pueblo cubano es tan diverso como cualquier otro pueblo y que todos estamos siendo afectados por las ideas de unos cuantos. Las revoluciones son de unos, la patria es de todos.
Acerca de que si regresaría, te puedo asegurar que sí, no tardaría en ir a darle un beso y un abrazo a mis dos primos y a mis amigos blogueros de La Habana. No sé, no creo que pudiera volver a vivir en Cienfuegos. Allí solo me queda uno de mis primos y la casa de mis padres y de mis abuelos paternos, al fallecer todos, se perdió cualquier tipo de herencia.
La Habana sería mi punto en Cuba, aunque nunca dejaría al país que me dio refugio siendo un niño, donde me hice hombre, donde conocí que la palabra libertad...es mía también.
¿Hay algo que te gustaría agregar que yo no haya anticipado?
RP: Sí, por supuesto. Quiero pedir disculpas a tus lectores por la tremenda lata. Hablar del Mariel es, para nosotros los marielitos, tocarnos el punto donde comenzó la vida...el ombligo.
Hermano Pulido, qué decir de un testimonio como éste, desgarrador e intenso, que aunque a retazos he sabido por ti mismo, en largas llamadas telefónicas que nos hemos entregado, durante sábados y domingos, cuando hablamos de alguna marcha o alguna obra juntos, pues de veras que no es lo mismo, leerlo, acercarse a lo traumático y decisivo de ese hecho, a través de tu dolor, ha sido importante para mí, pues he conocido tus sinsabores, lo infinito de tu alma y bondad, las alas podados, pero renovadas como Icaro, para llegar a este sol de libertades, que muchos creen que mentimos, y es así. Ser libre es el único modo de vivir, libertad de pensamiento y acción, que luego se convierte en creacción, en expansión de nuestro espíritu. Yo lo sé, aunque no he tenido esa historia entre mis pesares y alegrías, te entiendo y me he acercado más a tus vivencias, a tu sensibilidad y avatar. Nada fácil, amigo, han sido nuestras vidas para llegar al exilio, y luego luchar por la libertad para otros, por eso, lo único que me da un poquito de confianza en que si todos somos capaces de unir nuestras historias y dolores, seríamos cada vez más unidos y más buenas personas. Pero eso es lo que nos escatima el castrismo, que trata de dividirnos y podarnos, sin embargo, no debejos dejarnos, hermano. Ya sabes que te dije que mi homenaje a Mariel, tendría entre otras cosas, un testimonio con afiche original tuyo, y aunque Yanira se me adelantó, le agradezco, porque supo guiar esa entrevista hacia la antorcha de tu libertad. Sé que hay otros territorios no transitados, que podremos conversar y compartir tú y yo, porque tu camino de dolor humano está aún por descubrir en muchas otras facetas y agonías. Pero no sabes cuántas lágrimas despertaron mi corazón y ahora me inquietan mucho más tus recuerdos, aún cuando nos llame la vida al carpe diem. Gracias a ambos, Pulido y Yanira, que supieron instalarme en esa fecha conmocionadora de seres y espíritus, de tantos que aún hoy, a treinta años, no han despegado sus alabrazos de Mariel, para encontrar el soporte necesario, que les permitan, cual un Icaro, llegar lo más posible al sol, sin caerse en las profundidades de una isla, sin remedio y razón como país. Ojalá que no, amigos, y por eso luchamos y alertamos, con el diagnóstico de nuestras mentes libres, la manera de lograr la reunión de la diáspora posible con lo mejor de un pueblo que quiere revivir, para empezar de nuevo a jugar, y hasta a reir. Saludos y abrazos, Josán Caballero.
ReplyDeleteQué linda entrevista, Yanira, y qué tremendas respuestas, Rolando!!!
ReplyDeleteQuiero escribir tanto y no se me ocurre ni cómo empezar... me deja muda tu historia y todo por lo que pasaste...
GRACIAS a ambos por compartirlo. Les mando un abrazo fuerte, bien fuerte.
Rolando, eres maravilloso y tu, Yanira, una mujer encantadora.
ReplyDeleteGracias queridos amigos mios. Como ven, todos tenemos historias dificiles y tristes, las nuestras son distintas a los demas, desgraciadamente nos toco vivir una etapa horrible de la historia de nuestro pais.
ReplyDeletePor eso estamos luchando diariamente para que en el futuro de Cuba, no sucedan estas cosas otravez.
Un abrazote a mis queridos amigos Aguaya, Armienne,Josan y a nuestra maravillosa Yanira.